miércoles, 3 de octubre de 2012

EL AÑO DE LA FE

El Papa Benedicto XVI nos ha convocado a la celebración de un Año de la fe, desde el 11 de octubre de 2012 hasta el 24 de noviembre de 2013. En nuestra Parroquia iniciaremos solemnemente este Año con una Solemne Eucaristía y una vigilia de oración el próximo jueves a las 7:00 pm. además tendremos la celebración del sacramento de la Confirmación de casí 300 jóvenes y adolescentes de nuestra comunidad parroquial el próximo 13 de octubre a las 9:30 am. presididos por nuestro obispo diocesano, Mons. Fidel León Cadavid Marín.

Presentamos aquí el Logo del Año de la fe con su explicación y las preguntas más frecuentes sobre este acontecimiento.


1. ¿Qué es el Año de la Fe?El Año de la Fe "es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo" (Porta Fidei, 6).

2. ¿Cuando inicia y termina?
Inicia el 11 de octubre de 2012 y terminará el 24 de noviembre de 2013.

3. ¿Por qué esas fechas? 
El 11 de octubre coinciden dos aniversarios: el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y el 20 aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. La clausura, el 24 de noviembre, será la solemnidad de Cristo Rey

4. ¿Por qué el Papa ha convocado este año?"Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas". Por eso, el Papa invita a una "auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo". El objetivo principal de este año es que cada cristiano "pueda redescubrir el camino de la fe para poner a la luz siempre con mayor claridad la alegría y el renovado entusiasmo del encuentro con Cristo". 


Opus Dei -
5. ¿Qué medios ha señalado el Santo Padre?Como expuso en el Motu Proprio "Porta Fidei": Intensificar la celebración de la fe en la liturgia, especialmente en la Eucaristía; dar testimonio de la propia fe; y redescubrir los contenidos de la propia fe, expuestos principalmente en el Catecismo.

6. ¿Dónde tendrá lugar?Como dijo Benedicto XVI, el alcance será universal. "Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo".

7. ¿Dónde encontrar indicaciones más precisas?En una nota publicada por la Congregación para la doctrina de la fe. Ahí se propone, por ejemplo: 

- Alentar las peregrinaciones de los fieles a la Sede de Pedro; 
- Organizar peregrinaciones, celebraciones y reuniones en los principales Santuarios.
- Realizar simposios, congresos y reuniones que favorezcan el conocimiento de los contenidos de la doctrina de la Iglesia Católica, y mantengan abierto el diálogo entre fe y razón.
 - Leer o releer los principales documentos del Concilio Vaticano II.
- Acoger con mayor atención las homilías, catequesis, discursos y otras intervenciones del Santo Padre.
- Promover trasmisiones televisivas o radiofónicas, películas y publicaciones, incluso a nivel popular, accesibles a un público amplio, sobre el tema de la fe.
- Dar a conocer los santos de cada territorio, auténticos testigos de fe.
- Fomentar el aprecio por el patrimonio artístico religioso.
- Preparar y divulgar material de carácter apologético para ayudar a los fieles a resolver sus dudas.
- Eventos catequéticos para jóvenes que transmitan la belleza de la fe.
- Acercarse con mayor fe y frecuencia al sacramento de la Penitencia.
- Usar en los colegios el compendio del Catecismo de la Iglesia Católica.
- Organizar grupos de lectura del Catecismo y promover su difusión y venta.

8. ¿Qué documentos puedo leer por ahora?El motu proprio de Benedicto XVI "Porta Fidei";  La nota con indicaciones pastorales para el Año de la Fe;
El Catecismo de la Iglesia Católica;
40 resúmenes sobre la fe cristiana

9. ¿Donde puedo obtener más información?
Visite el website www.annusfidei.va

Tomado de: http://www.opusdei.es/art.php?p=50066

jueves, 13 de septiembre de 2012

SEPTIEMBRE, MES DE LA BIBLIA


Durante todo el mes de Setiembre, la Iglesia celebra el mes de la Biblia. La intención es que durante este mes, en todas las comunidades cristianas, se desarrollen algunas actividades que nos permitan acercarnos mejor y con más provecho a la Palabra de Dios.

Propuestas para escuchar la Palabra

- La lectura diaria de los textos bíblicos litúrgicos es una excelente ayuda para profundizar en la Palabra de Dios. De esta manera nos unimos a toda la Iglesia que ora al Padre meditando los mismos textos. También nos acostumbramos a una lectura continuada de la Biblia, donde los textos están relacionados y lo que leemos hoy se continua con lo de mañana. La lectura diaria de los textos (para lo cual Liturgia Cotidiana es una excelente herramienta) constituye una "puerta segura" para escuchar a Dios que nos habla en la Biblia.

- ¿Has leído alguna vez un evangelio entero "de corrido"? Es muy interesante descubrir la trama de la vida de Jesús escrita por cada evangelista. Muchos detalles y relaciones entre los textos que cada evangelista utiliza quedan al descubierto cuando uno hace una lectura continuada. Este mes es propicio para ofrecerle a Dios este esfuerzo. Te recomendamos la lectura del evangelio de Marcos. No es muy largo, en unas horas se puede leer. Al ser el primero de los sinópticos, los otros (Mateo y Lucas) lo siguen en el esquema general. Por lo tanto es una muy buena "puerta de entrada" al mensaje de Jesús.

- Otra posibilidad para poner en práctica este mes (y tal vez iniciar un hábito necesario y constructivo) es la oración con los salmos. Los mismos recogen la oración del pueblo de dios a lo largo de casi mil años de caminata del pueblo de Israel. Nos acercan la voz del pueblo que ora con fe, y la palabra de Dios, que nos señala esta manera de orar para acercarnos y escuchar sus enseñanzas. En los salmos podemos encontrar una inmensa fuente de inspiración para la oración. Hay salmos que nos hablan de la alegría, de las dificultades y conflictos, de la esperanza, del abatimiento, del dolor, de la liberación y la justicia, de la creación, de la misma Palabra de Dios (salmo 118, el más largo de todos). Aprender a rezar con los Salmos es una "puerta siempre abierta" para el encuentro con el Dios de la Vida.

- La lectura orante de la Palabra, realizada en comunidad, nos pone en sintonía con la voluntad de Dios. Es un ejercicio clave para el crecimiento en la fe. La fuerza de la comunidad nos alienta para encontrar en los textos la fuerza del Espíritu. Todos aprendemos juntos y nos enriquecemos con el aporte de cada uno. Existen muchos métodos de lectura orante. Simplificando al máximo podemos decir que los siguientes cuatro pasos son los más comunes:

Lectura 
Meditación 
Oración 
Compromiso 

La lectura orante siempre desemboca en un desafío para vivir. La Palabra de Dios nos desafía a seguir los pasos de Jesús y cambiar nuestra vida. 

La lectura orante, practicada en comunidad, es una "puerta-espejo" que nos interpela y nos ayuda a discernir cómo vivir y practicar su Palabra en nuestros días.

¿Por qué celebramos en Septiembre el Mes de la Biblia?

Porque en un día 26 de Septiembre de 1569, se termina de imprimir totalmente la Biblia en español llamada “Biblia del Oso”. Fue traducida por Casiodoro de Reina. En esa oportunidad salieron 260 ejemplares en Basilea, Suiza. De ese acontecimiento hace ya 434 años. La tapa esta Biblia tiene un oso comiendo miel desde un panal, por esa razón se le llama “Biblia del oso”.

De la la Encíclica Fides et ratio
Capítulo V. N´55 (parcial)


"Tampoco faltan rebrotes peligrosos de fideísmo, que no acepta la importancia del conocimiento racional y de la reflexión filosófica para la inteligencia de la fe y, más aún, para la posibilidad misma de creer en Dios. Una expresión de esta tendencia fideísta difundida hoy es el « biblicismo », que tiende a hacer de la lectura de la Sagrada Escritura o de su exégesis el único punto de referencia para la verdad. Sucede así que se identifica la palabra de Dios solamente con la Sagrada Escritura, vaciando así de sentido la doctrina de la Iglesia confirmada expresamente por el Concilio Ecuménico Vaticano II. 

La Constitución Dei Verbum, después de recordar que la palabra de Dios está presente tanto en los textos sagrados como en la Tradición, afirma claramente: « La Tradición y la Escritura constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia. Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica ». La Sagrada Escritura, por tanto, no es solamente punto de referencia para la Iglesia. En efecto, la « suprema norma de su fe » proviene de la unidad que el Espíritu ha puesto entre la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia en una reciprocidad tal que los tres no pueden subsistir de forma independiente.

No hay que infravalorar, además, el peligro de la aplicación de una sola metodología para llegar a la verdad de la Sagrada Escritura, olvidando la necesidad de una exégesis más amplia que permita comprender, junto con toda la Iglesia, el sentido pleno de los textos. Cuantos se dedican al estudio de las Sagradas Escrituras deben tener siempre presente que las diversas metodologías hermenéuticas se apoyan en una determinada concepción filosófica. Por ello, es preciso analizarla con discernimiento antes de aplicarla a los textos sagrados."

Juan Pablo II
Fides et ratio
14 de Setiembre de 1998
Si necesitas recursos para este mes visita también el Especial del Mes de la Bibia de Iglesia.cl

viernes, 15 de junio de 2012

Nuestra Parroquia en Misión Permanente (Continental)




¿QUÉ ES LA MISIÓN CONTINENTAL?


La Misión Continental (MC) es un envío (“misión”) personal y eclesial (a cada uno y a todos en la Iglesia), del Señor Jesucristo, animado por el Espíritu Santo, para compartir el Evangelio de la Vida con cada persona, empezando por los que se han alejado de la comunidad de la Iglesia, y ofreciéndolo respetuosamente a quienes se confiesan agnósticos y ateos. La Misión Continental es según la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe el deber de la Iglesia de dar a conocer el Evangelio que Cristo mismo mandó a predicar a los apóstoles. 

La Misión Continental es una acción evangelizadora que busca llegar a todos los grupos sociales y culturales para dejar un mensaje de vida cristiana; especialmente a quienes aún no han acogido a Cristo en sus vidas, a quienes lo rechazaron en algún momento o lo redujeron solamente a una costumbre, doctrina o práctica religiosa.

Esta iniciativa surgió en la V Conferencia de Aparecida, celebrada en Mayo de 2007, y con ella se espera hacer crecer valores para oponerse a los antivalores, a una cultura de muerte que respeta poco la vida ajena y especialmente la vida de los más frágiles. Se busca es trabajar para transformar esa cultura de muerte en cultura de vida.
LA MISIÓN CONTINENTAL EN COLOMBIA
En Colombia, la Misión Continental se dio apertura el nueve de julio de 2009, durante una eucaristía solemne frente a la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.



LA MISIÓN CONTINENTAL EN NUESTRA DIÓCESIS DE SONSÓN - RIONEGRO

Nuestra Diócesis se halla en misión desde la implementación del plan pastoral del año 1995. Desde entonces todas las actividades pastorales diocesanas han tenido un horizonte definido y claro, que se expresa en nuestro actual plan de pastoral con las siguientes palabras: "Propiciar una experiencia discipular de Jesucristo capaz de transformar la vida, para anunciar y construir el Reino de Dios en espíritu de comunión, mediante eficientes procesos de evangelización en continuidad con los planes de pastoral anteriores".

LA MISIÓN CONTINENTAL EN NUESTRA PARROQUIA

Nuestra Parroquia, como toda nuestra diócesis de Sonsón Rionegro, se ha declarado en Misión Permanente. Es por eso que a través de los procesos pastorales, las actividades y los eventos señalados en nuestro plan de pastoral parroquial continuaremos llevando a cabo la tarea de hacer presente el Reino de Dios en esta porción del Pueblo de Dios que peregrina en El Carmen de Viboral.



viernes, 8 de junio de 2012

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI


Primera carta de San Pablo a los Corintios 11,23-25

Yo recibí del Señor lo que, a mi vez, os he trasmitido: que Jesús, el Señor, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de pronunciar la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Éste es mi Cuerpo, que se da por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con la copa después de la cena, diciendo: «Ésta copa es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Cada vez que la bebáis hacedlo en memoria mía.»

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Reflexión:
No han pasado más de 20 años desde el acontecimiento de la Pascua de Jesús, y San Pablo debe escribir a los cristianos de Corinto para corregir algunos abusos graves que se presentaban entre ellos con respecto a la Cena del Señor. Hoy, después de casi dos milenios, la Iglesia sigue cumpliendo al pie de la letra con la fórmula que nos describe San Pablo, no obstante, también entre nosotros se verifican abusos e incoherencias, más graves quizá, que en aquella comunidad primitiva.

El remedio que propone San Pablo a este mal, no es más que el retorno a la tradición genuina: para él la Eucaristía no tendría sentido sacada del contexto de su institución, de la tradición que ha recibido del Señor: la noche víspera de la Pasión. Por eso su invitación es a que la comunidad haga memoria, a que recuerde y tenga presente como nació y qué es lo que conmemora esta Cena, para que no pierda de vista lo esencial ni traicione la verdad: el sacrificio, la entrega cruenta del Señor por los hombres.

Humberto Eco define nuestra época como la época del sentimiento. El mundo de hoy vive de impresiones, de impactos sensoriales, de emociones. A nuestro hombre no le importa la tradición. A diferencia del escriba prudente del que hablaba Jesús que sacaba de su arcón lo viejo y lo nuevo, nuestro hombre compra cada mañana algo nuevo y a la tarde lo tira porque es viejo. Somos una sociedad que ha renunciado a su memoria; el pasado, pasado es, lo presente es lo que importa. Se trata de una sociedad que en nombre del progreso desprecia todo el tesoro histórico de culturas ancestrales, tildando a éstas como fanáticas, como hipócritas y petrificadas...

¡Pero qué importante es nuestra memoria! La memoria es una de las facultades más misteriosas y maravillosas que poseemos. Sin memoria dejaríamos de ser nosotros mismos, perderíamos nuestra identidad. Quién se ve golpeado por la amnesia total, vaga perdido por las calles, sin saber cómo se llama ni dónde vive.

Dice Raniero Cantalamessa que “la riqueza de un pueblo no se mide tanto por las reservas de oro que conserva en sus bancos, sino por la memoria que conserva en su conciencia colectiva”[1]. La riqueza de la Iglesia no se mide por su valor histórico sino por la Memoria que conserva y actualiza en este sacramento precioso: la Eucaristía.

La Eucaristía es un memorial. Ella es el recuerdo del acontecimiento al que toda la humanidad debe su existencia como humanidad redimida: la muerte del Señor. Pero la Eucaristía tiene algo que la distingue de cualquier otro memorial. Es memoria y presencia a la vez, y presencia real, que actualiza el acto de amor más grande de Dios por el hombre.

La Muerte fue el momento supremo para el cual vivió Cristo, por eso fue precisamente lo único que Él mostró deseo de que nosotros recordásemos. No pidió que se consignasen por escrito sus Palabras en la Escritura; no pidió que se recordase en la Historia su bondad para con los pobres; pero sí pidió que los hombres recordasen su Muerte: haced esto en memoria mía. La Eucaristía no es un fósil ni un rito muerto que necesite de miles explicaciones para ser comprendido. La Eucaristía es la Memoria-Presencia del Señor. Es la prolongación en el tiempo y en el espacio del acontecimiento que le da sentido a la historia. La muerte que da vida a la humanidad.

San Pablo nos indica que cuando recibimos el encargo de Jesús de celebrar la Eucaristía en su memoria, no es solo un rito lo que se nos pide. Es el momento en que, recibiendo el don de la entrega de Jesús, lo compartimos repartiendo vida a los demás. Aquella comunidad que comenzó repartiendo el pan material con ocasión de la Eucaristía, había llegado a aprovechar esa misma celebración para hacer ostentación cada cual de sus propias riquezas.

Para los profetas en el Antiguo Testamento la infidelidad del pueblo a la Alianza es fruto de su olvido. El olvido a Dios que ha actuado a favor de su Pueblo, al Dios que ha creado, ha reunido y liberado a este pueblo. Y sin lugar a dudas esta es la misma causa por la cual nosotros también le somos infieles a Dios. La causa por la cual nuestra Eucaristía a veces se hace fría e insignificante para nos. El pecado del mundo hoy no es que no quiera saber de Dios, que se haya cerrado en su egoísmo, el pecado es que se ha olvidado de Dios que ha obrado en su favor. San Lucas lanza una pregunta desconcertante y que solo la puede responder cada generación: ¿Cuándo el Hijo del hombre encontrará fe en la tierra?[2] Estamos frente a un mundo sin memoria, nuestro reto es recordar y revivir, es rememorar y actualizar el sacrificio que da sentido a la historia y mantenerlo vivo en el corazón de los hombres. El que tenga oídos para oír que oiga.

Esta reflexión fue pronunciada en la capilla del Seminario Nacional Cristo Sacerdote, en las segundas vísperas de la Solemnidad del Corpus Christi del año 2008 por Belisario Ciro Montoya 

sábado, 26 de mayo de 2012

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

Una idea para la Homilía:



Cuentan que un domingo la madre de Goyo entró en su habitación y le gritó: "Goyo, es domingo. Es hora de levantarse. Es hora de ir a la iglesia".
Goyo, medio dormido y de mal humor, le contestó: "No tengo ganas de ir. Hoy me quedo en la cama".
"¿Qué es eso de que no quieres ir? Vamos, date prisa", le volvió a gritar su madre.
"No quiero ir. No me gusta la gente que viene a la iglesia y, además, yo no les caigo nada bien".
"No digas tonterías, hijo. Déjame que te dé dos razones por las que tienes que ir. La primera es que ya tienes 40 años y la segunda, no lo olvides, es que tú eres el párroco".
Los apóstoles, a pesar del mandato del Señor, "Id y predicad el evangelio"…, tan pronto como se ven solos se esconden y encierran  en el cenáculo. Son unos cobardes. Saben que no les caen nada bien a sus compatriotas y saben que el mensaje de la Resurrección, difícil de entender, va a ser rechazado por la gente.
Saben que predicar el Dios de Jesucristo a los que lo han crucificado es altamente peligroso.
Saben que el nuevo espejo religioso en el que hay que mirarse distorsiona la imagen del pasado y abre a nuevas vistas.
Y los apóstoles de ayer como los de hoy ante el vértigo de la indiferencia y, a veces, de la hostilidad e incomprensión optamos por ocultarnos tras las sábanas de nuestros reductos.
Por eso hubo un Pentecostés. Por eso siempre es Pentecostés. Sin la presencia del Espíritu que entra en la habitación de nuestro corazón seguiríamos dormidos y la iglesia encerrada en su cenáculo y en sus sacristías. La historia de la Torre de Babel leída a la luz de Pentecostés es una historia de bendición y de salvación. Aquellos hombres se sentían seguros y unidos dentro de sus muros.
La confusión, creada por el Espíritu, les fuerza a salir y a dispersarse para ser uno en la multiplicidad de las lenguas y uno en la diversidad de la geografía humana.
No fue un castigo de Dios sino la estrategia divina para que aquellos hombres alcanzaran todo su potencial humano y religioso.
Pentecostés es pasar de la seguridad del cenáculo, Torre de Babel, a  la multiplicidad de lugares y de lenguas para que en todo el mundo y en todas las lenguas de la tierra sea proclamado el evangelio con la fuerza del Espíritu que sopla donde quiere.
El don del Espíritu Santo es lo que posibilita a la iglesia dejar de ser algo local, Jerusalén, para convertirse en algo global, universal.
Las razas y diferencias ante el mensaje de la Resurrección se hacen irrelevantes. Y Pentecostés es el signo y el sello que lo demuestran. Ahora nos queda el Espíritu Santo que es el sustituto de Jesús en su ausencia. "Cuando se rompe un frasco de perfume, su olor se difunde por todas partes, al romperse el cuerpo de Cristo en la cruz, su Espíritu, que mientras vivía poseía en exclusiva, se derramó en los corazones de todos". San Hipólito
"Sin el Espíritu Santo,
Dios queda lejos,
Cristo permanece en el pasado, el evangelio es letra muerta,
la iglesia, pura organización, la autoridad, tiranía,
la misión, propaganda, el culto, mero recuerdo,
el obrar cristiano, es moral de esclavos".
Sólo la presencia y poder del Espíritu Santo puede vivificar, dinamizar, liberar y divinizar todo el hacer eclesial y humano.


jueves, 17 de mayo de 2012

DÍA DEL MAESTRO


Publicamos a continuación la Carta que nuestro Papa Benedicto XVI ha enviado a la diócesis de Roma  sobre la Urgencia de la Educación.
El Papa se dirigió en una carta a su Diócesis, Roma, transmitiendo a todos su preocupación y sus orientaciones para afrontar el reto de la educación de las nuevas generaciones. Omitimos la voz: Roma.

 ***

Carta de Benedicto XVI sobre la Urgencia de la Educación

Queridos fieles:

He querido dirigirme a vosotros con esta carta para hablaros de un problema que vosotros mismos experimentáis y en el que están comprometidos los diversos componentes de nuestra Iglesia: el problema de la educación. Todos nos preocupamos por el bien de las personas que amamos, en particular por nuestros niños, adolescentes y jóvenes. En efecto, sabemos que de ellos depende el futuro de nuestra ciudad. Por tanto, no podemos menos de interesarnos por la formación de las nuevas generaciones, por su capacidad de orientarse en la vida y de discernir el bien del mal, y por su salud, no sólo física sino también moral. Ahora bien, educar jamás ha sido fácil, y hoy parece cada vez más difícil. Lo saben bien los padres de familia, los profesores, los sacerdotes y todos los que tienen responsabilidades educativas directas. Por eso, se habla de una gran "emergencia educativa", confirmada por los fracasos en los que muy a menudo terminan nuestros esfuerzos por formar personas sólidas, capaces de colaborar con los demás y de dar un sentido a su vida. Así, resulta espontáneo culpar a las nuevas generaciones, como si los niños que nacen hoy fueran diferentes de los que nacían en el pasado. Además, se habla de una "ruptura entre las generaciones", que ciertamente existe y pesa, pero es más bien el efecto y no la causa de la falta de transmisión de certezas y valores.

Por consiguiente, ¿debemos echar la culpa a los adultos de hoy, que ya no serían capaces de educar? Ciertamente, tanto entre los padres como entre los profesores, y en general entre los educadores, es fuerte la tentación de renunciar; más aún, existe incluso el riesgo de no comprender ni siquiera cuál es su papel, o mejor, la misión que se les ha confiado. En realidad, no sólo están en juego las responsabilidades personales de los adultos o de los jóvenes, que ciertamente existen y no deben ocultarse, sino también un clima generalizado, una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien; en definitiva, de la bondad de la vida. Entonces, se hace difícil transmitir de una generación a otra algo válido y cierto, reglas de comportamiento, objetivos creíbles en torno a los cuales construir la propia vida.

Queridos hermanos y hermanas, ante esta situación quisiera deciros unas palabras muy sencillas: ¡No tengáis miedo! En efecto, todas estas dificultades no son insuperables. Más bien, por decirlo así, son la otra cara de la medalla del don grande y valioso que es nuestra libertad, con la responsabilidad que justamente implica. A diferencia de lo que sucede en el campo técnico o económico, donde los progresos actuales pueden sumarse a los del pasado, en el ámbito de la formación y del crecimiento moral de las personas no existe esa misma posibilidad de acumulación, porque la libertad del hombre siempre es nueva y, por tanto, cada persona y cada generación debe tomar de nuevo, personalmente, sus decisiones. Ni siquiera los valores más grandes del pasado pueden heredarse simplemente; tienen que ser asumidos y renovados a través de una opción personal, a menudo costosa.

Pero cuando vacilan los cimientos y fallan las certezas esenciales, la necesidad de esos valores vuelve a sentirse de modo urgente; así, en concreto, hoy aumenta la exigencia de una educación que sea verdaderamente tal. La solicitan los padres, preocupados y con frecuencia angustiados por el futuro de sus hijos; la solicitan tantos profesores, que viven la triste experiencia de la degradación de sus escuelas; la solicita la sociedad en su conjunto, que ve cómo se ponen en duda las bases mismas de la convivencia; la solicitan en lo más íntimo los mismos muchachos y jóvenes, que no quieren verse abandonados ante los desafíos de la vida. Además, quien cree en Jesucristo posee un motivo ulterior y más fuerte para no tener miedo, pues sabe que Dios no nos abandona, que su amor nos alcanza donde estamos y como somos, con nuestras miserias y debilidades, para ofrecernos una nueva posibilidad de bien.

Queridos hermanos y hermanas, para hacer aún más concretas mis reflexiones, puede ser útil identificar algunas exigencias comunes de una educación auténtica. Ante todo, necesita la cercanía y la confianza que nacen del amor: pienso en la primera y fundamental experiencia de amor que hacen los niños —o que, por lo menos, deberían hacer— con sus padres. Pero todo verdadero educador sabe que para educar debe dar algo de sí mismo y que solamente así puede ayudar a sus alumnos a superar los egoísmos y capacitarlos para un amor auténtico.

Además, en un niño pequeño ya existe un gran deseo de saber y comprender, que se manifiesta en sus continuas preguntas y peticiones de explicaciones. Ahora bien, sería muy pobre la educación que se limitara a dar nociones e informaciones, dejando a un lado la gran pregunta acerca de la verdad, sobre todo acerca de la verdad que puede guiar la vida.

También el sufrimiento forma parte de la verdad de nuestra vida. Por eso, al tratar de proteger a los más jóvenes de cualquier dificultad y experiencia de dolor, corremos el riesgo de formar, a pesar de nuestras buenas intenciones, personas frágiles y poco generosas, pues la capacidad de amar corresponde a la capacidad de sufrir, y de sufrir juntos.

Así, queridos amigos, llegamos al punto quizá más delicado de la obra educativa: encontrar el equilibrio adecuado entre libertad y disciplina. Sin reglas de comportamiento y de vida, aplicadas día a día también en las cosas pequeñas, no se forma el carácter y no se prepara para afrontar las pruebas que no faltarán en el futuro. Pero la relación educativa es ante todo encuentro de dos libertades, y la educación bien lograda es una formación para el uso correcto de la libertad. A medida que el niño crece, se convierte en adolescente y después en joven; por tanto, debemos aceptar el riesgo de la libertad, estando siempre atentos a ayudarle a corregir ideas y decisiones equivocadas. En cambio, lo que nunca debemos hacer es secundarlo en sus errores, fingir que no los vemos o, peor aún, que los compartimos como si fueran las nuevas fronteras del progreso humano.

Así pues, la educación no puede prescindir del prestigio, que hace creíble el ejercicio de la autoridad. Es fruto de experiencia y competencia, pero se adquiere sobre todo con la coherencia de la propia vida y con la implicación personal, expresión del amor verdadero. Por consiguiente, el educador es un testigo de la verdad y del bien; ciertamente, también él es frágil y puede tener fallos, pero siempre tratará de ponerse de nuevo en sintonía con su misión.

Queridos fieles, estas sencillas consideraciones muestran cómo, en la educación, es decisivo el sentido de responsabilidad: responsabilidad del educador, desde luego, pero también, y en la medida en que crece en edad, responsabilidad del hijo, del alumno, del joven que entra en el mundo del trabajo. Es responsable quien sabe responder a sí mismo y a los demás. Además, quien cree trata de responder ante todo a Dios, que lo ha amado primero.

La responsabilidad es, en primer lugar, personal; pero hay también una responsabilidad que compartimos juntos, como ciudadanos de una misma ciudad y de una misma nación, como miembros de la familia humana y, si somos creyentes, como hijos de un único Dios y miembros de la Iglesia. De hecho, las ideas, los estilos de vida, las leyes, las orientaciones globales de la sociedad en que vivimos, y la imagen que da de sí misma a través de los medios de comunicación, ejercen gran influencia en la formación de las nuevas generaciones para el bien, pero a menudo también para el mal.

Ahora bien, la sociedad no es algo abstracto; al final, somos nosotros mismos, todos juntos, con las orientaciones, las reglas y los representantes que elegimos, aunque los papeles y las responsabilidades de cada uno sean diversos. Por tanto, se necesita la contribución de cada uno de nosotros, de cada persona, familia o grupo social, para que la sociedad, comenzando por nuestra ciudad, llegue a crear un ambiente más favorable a la educación.

Por último, quisiera proponeros un pensamiento que desarrollé en mi reciente carta encíclica Spe salvi, sobre la esperanza cristiana: sólo una esperanza fiable puede ser el alma de la educación, como de toda la vida. Hoy nuestra esperanza se ve asechada desde muchas partes, y también nosotros, como los antiguos paganos, corremos el riesgo de convertirnos en hombres "sin esperanza y sin Dios en este mundo", como escribió el apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso (Ef 2, 12). Precisamente de aquí nace la dificultad tal vez más profunda para una verdadera obra educativa, pues en la raíz de la crisis de la educación hay una crisis de confianza en la vida.

Por consiguiente, no puedo terminar esta carta sin una cordial invitación a poner nuestra esperanza en Dios. Sólo él es la esperanza que supera todas las decepciones; sólo su amor no puede ser destruido por la muerte; sólo su justicia y su misericordia pueden sanar las injusticias y recompensar los sufrimientos soportados. La esperanza que se dirige a Dios no es jamás una esperanza sólo para mí; al mismo tiempo, es siempre una esperanza para los demás: no nos aísla, sino que nos hace solidarios en el bien, nos estimula a educarnos recíprocamente en la verdad y en el amor.
Os saludo con afecto y os aseguro un recuerdo especial en la oración, a la vez que envío a todos mi bendición.
  
Vaticano, 21 de enero de 2008


sábado, 12 de mayo de 2012

HOMILÍA EN EL DÍA DE LA MADRE


Domingo VI de Pascua del 2012

Juan 15,9-17: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros."
***
            Vivimos tiempos difíciles en los que los valores se han ido poco a poco tergiversando. El mundo de hoy moralmente hablando se halla como al revés. El bien es presentado como mal y el mal como bien. Lo que antes era un antivalor hoy se muestra como valor, como algo positivo. Frente a esto, resulta curioso que todos los medios hablen hoy hasta la saciedad de crisis económica mundial, de sus repercusiones, de las graves consecuencias que tiene para todos en el globo. Sin embargo, de esta crisis, que es la peor, una crisis de humanidad, crisis de civilización, la crisis del amor, crisis de valores, no se habla ni se hace nada para evitarla.
            Es tan grave la crisis que vivimos y ha atacado tantos valores que ni siquiera el carácter sagrado y lleno de ternura de la maternidad se ha visto libre de ello. Así para muchas mujeres ser o poder ser madre hoy se ha convertido en algo negativo, casi que en una desgracia. Un valor en sí mismo tan sublime y maravilloso, como este de dar vida cooperando con Dios en la obra de la creación perpetuando la existencia de la raza humana en los hijos, es visto por tantas como un castigo, como una carga, como un problema que les dificultad el disfrute de “sus vidas”, su “realización personal” como profesionales y, en el peor de los casos, un impedimento para la explotación de su libido sexual. Así, el término Madre, que culturalmente para nosotros ha sido siempre sinónimo de amor, se ha ido vaciando de su contenido, de su ternura, del gran significado trascendental que poseía. Se ha transformado simplemente en un término que enuncia la capacidad física de una mujer que, cumplido un acto sexual, ha quedado embarazada.
            Por eso quede claro que nuestro reconocimiento hoy no es entonces para las mujeres que simplemente han hecho uso de esta característica biológica que les ha hecho engendrar vida, vida que después han eliminado con una pastilla, procurando el aborto; vida que han abandonado en un basurero o vida que han despreciado, maldecido o incluso hasta vendido. Estas no merecen ser llamadas madres, pero ni siquiera se les puede llamar bestias, porque ni siquiera las bestias hacen algo así con sus crías (ejemplo: testimonio). Solo un monstruo sería capaz de tal barbaridad.
            Ser madre no es una función física que resida en una parte del cuerpo: el útero, los ovarios o el vientre. Ser madre no es un accidente de la naturaleza que les hizo mujer. Ser madre no es la consecuencia de un error, de una falta de planeación, de un desliz. Ser madre no es cargar por nueve meses con el peso de un ser humano en el vientre y en la conciencia.
            Ser madre es ser como Dios, ser madre es ser como Jesús: ser madre es dar vida y darse por esa vida. El mensaje del Evangelio nos cae - como solemos decir - como anillo al dedo, pues nos dice: “Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos”. Dios en Jesús, como una madre buena, nos ha mostrado el amor más grande dando su vida por nosotros. Una madre de verdad da su vida por sus hijos, sin hacer distinción entre ellos. Una madre de verdad es capaz de darlo todo por el hijo bueno y por el que no es tan bueno; por su hijo profesional como por su hijo drogadicto; por su hijo atleta lo mismo que por su hijo discapacitado; por su hijo católico como también por su hijo evangélico; por su hija maestra como por su hija prostituta.
            Es a estas mujeres a la vez valientes y tiernas, esforzadas y decididas, sacrificadas y generosas, a quienes dedicamos este día. Son estas las cualidades que han distinguido el amor de madre haciéndolo el signo más auténtico y real del amor de Dios. Por esto Juan Pablo II llegó a decir que “Dios es padre, pero más que padre es madre”. Porque como en una madre buena, su amor hacía nosotros sus hijos no conoce límite. Por eso dice la Escritura que: “aunque una madre pudiera olvidarse del hijo de sus entrañas, Dios no nos olvidará”(cf. Is 49, 14-15).
            Finalmente hago mi llamado a todos los hijos e hijas: querido, querida hija: no hagas sufrir más a tu madre, no la maltrates nunca más, no sigas abusando de su amor. Que ninguna lagrima de dolor se derrame por sus mejillas por causa tuya. No pagues con oprobio el bien que te ha hecho. (Muchos hoy piensan emborracharse llorando por sus madres muertas). Por el amor de ellas y de Dios ¡No lo hagas! Tu madre, desde el cielo, sigue orando y rogando a Dios por ti, por tu conversión, no le sumes más dolor. Y tu que la tienes viva: Valora a tu madre ahora que está viva, no puedes esperar a verla abrazada por el frio de la muerte para manifestarle todo el amor que le tienes. Ve y di a tu madre hoy cuanto la amas y cuan agradecido estás con ella, mañana puede ser demasiado tarde.
            Finalmente a todos les digo: “Honremos a nuestra madre”: el único mandamiento que nos ofrece una recompensa para esta vida es justamente el cuarto: “honra a tu padre y a tu madre y será larga y bendecida tu vida sobre la tierra”. Jesús lo dice hoy: “el que me ama guardará mis mandamientos”, es decir, el que me ama me obedece. ¿Quieren honrar a sus madres? ¡Obedézcanles! Es el mejor gesto de amor que pueden tener con ellas.
            A los hijos abandonados, sepan que aunque la mujer que los engendro los abandono, fue Dios quien los llamó a la vida y Él no los abandonará jamás, Él los sostiene, Él es su amigo, Él no les fallará.

Pbro. Belisario Ciro Montoya
Día de madres, Mayo de 2012

viernes, 27 de abril de 2012

PARA COMPRENDER LA RESURRECCIÓN

Presentamos aquí tres vídeos con una catequesis muy amplia y profunda sobre el misterio de la Resurrección, en la que el teólogo Frank Morera pone en evidencia las herejías, los errores y las falsas concepciones que sobre ella existen hoy.




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jueves, 12 de abril de 2012

JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES



MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA XLIX JORNADA MUNDIAL
DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES
29 DE ABRIL DE 2012 – IV DOMINGO DE PASCUA

TemaLas vocaciones don de la caridad de Dios

Queridos hermanos y hermanas

La XLIX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará el 29 de abril de 2012, cuarto domingo de Pascua, nos invita a reflexionar sobre el tema: Las vocaciones don de la caridad de Dios.
La fuente de todo don perfecto es Dios Amor -Deus caritas est-: «quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16). La Sagrada Escritura narra la historia de este vínculo originario entre Dios y la humanidad, que precede a la misma creación. San Pablo, escribiendo a los cristianos de la ciudad de Éfeso, eleva un himno de gratitud y alabanza al Padre, el cual con infinita benevolencia dispone a lo largo de los siglos la realización de su plan universal de salvación, que es un designio de amor. En el Hijo Jesús –afirma el Apóstol– «nos eligió antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor» (Ef 1,4). Somos amados por Dios incluso “antes” de venir a la existencia. Movido exclusivamente por su amor incondicional, él nos “creó de la nada” (cf. 2M 7,28) para llevarnos a la plena comunión con Él.

Lleno de gran estupor ante la obra de la providencia de Dios, el Salmista exclama: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para que te cuides de él?» (Sal 8,4-5). La verdad profunda de nuestra existencia está, pues, encerrada en ese sorprendente misterio: toda criatura, en particular toda persona humana, es fruto de un pensamiento y de un acto de amor de Dios, amor inmenso, fiel, eterno (cf. Jr 31,3). El descubrimiento de esta realidad es lo que cambia verdaderamente nuestra vida en lo más hondo. En una célebre página de las Confesiones, san Agustín expresa con gran intensidad su descubrimiento de Dios, suma belleza y amor, un Dios que había estado siempre cerca de él, y al que al final le abrió la mente y el corazón para ser transformado: «¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, más yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti» (X, 27,38). Con estas imágenes, el Santo de Hipona intentaba describir el misterio inefable del encuentro con Dios, con su amor que transforma toda la existencia.

Se trata de un amor sin reservas que nos precede, nos sostiene y nos llama durante el camino de la vida y tiene su raíz en la absoluta gratuidad de Dios. Refiriéndose en concreto al ministerio sacerdotal, mi predecesor, el beato Juan Pablo II, afirmaba que «todo gesto ministerial, a la vez que lleva a amar y servir a la Iglesia, ayuda a madurar cada vez más en el amor y en el servicio a Jesucristo, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia; en un amor que se configura siempre como respuesta al amor precedente, libre y gratuito, de Dios en Cristo» (Exhort. ap. Pastores dabo vobis, 25).  En efecto, toda vocación específica nace de la iniciativa de Dios; es don de la caridad de Dios. Él es quien da el “primer paso” y no como consecuencia de una bondad particular que encuentra en nosotros, sino en virtud de la presencia de su mismo amor «derramado en nuestros corazones por el Espíritu» (Rm 5,5).

En todo momento, en el origen de la llamada divina está la iniciativa del amor infinito de Dios, que se manifiesta plenamente en Jesucristo. Como escribí en mi primera encíclica Deus caritas est«de hecho, Dios es visible de muchas maneras. En la historia de amor que nos narra la Biblia, Él sale a nuestro encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado y las grandes obras mediante las que Él, por la acción de los Apóstoles, ha guiado el caminar de la Iglesia naciente. El Señor tampoco ha estado ausente en la historia sucesiva de la Iglesia: siempre viene a nuestro encuentro a través de los hombres en los que Él se refleja; mediante su Palabra, en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía» (n. 17).

El amor de Dios permanece para siempre, es fiel a sí mismo, a la «palabra dada por mil generaciones» (Sal 105,8). Es preciso por tanto volver a anunciar, especialmente a las nuevas generaciones, la belleza cautivadora de ese amor divino, que precede y acompaña: es el resorte secreto, es la motivación que nunca falla, ni siquiera en las circunstancias más difíciles.

Queridos hermanos y hermanas, tenemos que abrir nuestra vida a este amor; cada día Jesucristo nos llama a la perfección del amor del Padre (cf. Mt 5,48). La grandeza de la vida cristiana consiste en efecto en amar “como” lo hace Dios; se trata de un amor que se manifiesta en el don total de sí mismo fiel y fecundo. San Juan de la Cruz, respondiendo a la priora del monasterio de Segovia, apenada por la dramática situación de suspensión en la que se encontraba el santo en aquellos años, la invita a actuar de acuerdo con Dios: «No piense otra cosa sino que todo lo ordena Dios. Y donde no hay amor, ponga amor, y sacará amor» (Epistolario, 26).

En este terreno oblativo, en la apertura al amor de Dios y como fruto de este amor, nacen y crecen todas las vocaciones. Y bebiendo de este manantial mediante la oración, con el trato frecuente con la Palabra y los Sacramentos, especialmente la Eucaristía, será posible vivir el amor al prójimo en el que se aprende a descubrir el rostro de Cristo Señor (cf. Mt 25,31-46). Para expresar el vínculo indisoluble que media entre estos “dos amores”  –el amor a Dios y el amor al prójimo– que brotan de la misma fuente divina y a ella se orientan, el Papa san Gregorio Magno se sirve del ejemplo de la planta pequeña: «En el terreno de nuestro corazón, [Dios] ha plantado primero la raíz del amor a él y luego se ha desarrollado, como copa, el amor fraterno» (Moralium Libri, sive expositio in Librum B. Job, Lib. VII, cap. 24, 28; PL 75, 780D).
Estas dos expresiones del único amor divino han de ser vividas con especial intensidad y pureza de corazón por quienes se han decidido a emprender un camino de discernimiento vocacional en el ministerio sacerdotal y la vida consagrada; constituyen su elemento determinante. En efecto, el amor a Dios, del que los presbíteros y los religiosos se convierten en imágenes visibles –aunque siempre imperfectas– es la motivación de la respuesta a la llamada de especial consagración al Señor a través de la ordenación presbiteral o la profesión de los consejos evangélicos. La fuerza de la respuesta de san Pedro al divino Maestro: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15), es el secreto de una existencia entregada y vivida en plenitud y, por esto, llena de profunda alegría.

La otra expresión concreta del amor, el amor al prójimo, sobre todo hacia los más necesitados y los que sufren, es el impulso decisivo que hace del sacerdote y de la persona consagrada alguien que suscita comunión entre la gente y un sembrador de esperanza. La relación de los consagrados, especialmente del sacerdote, con la comunidad cristiana es vital y llega a ser parte fundamental de su horizonte afectivo. A este respecto, al Santo Cura de Ars le gustaba repetir: «El sacerdote no es sacerdote para sí mismo; lo es para vosotros»(Le curé d’Ars. Sa pensée – Son cœur, Foi Vivante, 1966, p. 100).

Queridos Hermanos en el episcopado, queridos presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, catequistas, agentes de pastoral y todos los que os dedicáis a la educación de las nuevas generaciones, os exhorto con viva solicitud a prestar atención a todos los que en las comunidades parroquiales, las asociaciones y los movimientos advierten la manifestación de los signos de una llamada al sacerdocio o a una especial consagración. Es importante que se creen en la Iglesia las condiciones favorables para que puedan aflorar tantos “sí”, en respuesta generosa a la llamada del amor de Dios.

Será tarea de la pastoral vocacional ofrecer puntos de orientación para un camino fructífero. Un elemento central debe ser el amor a la Palabra de Dios, a través de una creciente familiaridad con la Sagrada Escritura y una oración personal y comunitaria atenta y constante, para ser capaces de sentir la llamada divina en medio de tantas voces que llenan la vida diaria. Pero, sobre todo, que la Eucaristía sea el “centro vital” de todo camino vocacional: es aquí donde el amor de Dios nos toca en el sacrificio de Cristo, expresión perfecta del amor, y es aquí donde aprendemos una y otra vez a vivir la «gran medida» del amor de Dios. Palabra, oración y Eucaristía son el tesoro precioso para comprender la belleza de una vida totalmente gastada por el Reino.

Deseo que las Iglesias locales, en todos sus estamentos, sean un “lugar” de discernimiento atento y de profunda verificación vocacional, ofreciendo a los jóvenes un sabio y vigoroso acompañamiento espiritual. De esta manera, la comunidad cristiana se convierte ella misma en manifestación de la caridad de Dios que custodia en sí toda llamada. Esa dinámica, que responde a las instancias del mandamiento nuevo de Jesús, se puede llevar a cabo de manera elocuente y singular en las familias cristianas, cuyo amor es expresión del amor de Cristo que se entregó a sí mismo por su Iglesia (cf.Ef 5,32). En las familias, «comunidad de vida y de amor» (Gaudium et spes48), las nuevas generaciones pueden tener una admirable experiencia de este amor oblativo. Ellas, efectivamente, no sólo son el lugar privilegiado de la formación humana y cristiana, sino que pueden convertirse en «el primer y mejor seminario de la vocación a la vida de consagración al Reino de Dios» (Exhort. ap. Familiaris consortio,53), haciendo descubrir, precisamente en el seno del hogar, la belleza e importancia del sacerdocio y de la vida consagrada. Los pastores y todos los fieles laicos han de colaborar siempre para que en la Iglesia se multipliquen esas «casas y escuelas de comunión» siguiendo el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret, reflejo armonioso en la tierra de la vida de la Santísima Trinidad.
Con estos deseos, imparto de corazón la Bendición Apostólica a vosotros, Venerables Hermanos en el episcopado, a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles laicos, en particular a los jóvenes que con corazón dócil se ponen a la escucha de la voz de Dios, dispuestos a acogerla con adhesión generosa y fiel.


BENEDICTO XVI

lunes, 9 de abril de 2012

JESÚS HA RESUCITADO



Los sacerdotes, el consejo de pastoral y los grupos apostólicos de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen deseamos a todos que la luz de Cristo resucitado colme sus corazones de alegría, paz, fe y esperanza, de modo que seamos testigos calificados de su Resurrección ante esta generación.

Agradecemos a todos los que aportaron al embellecimiento de estas fiestas con su trabajo, donaciones y manifestaciones de fe. El Señor premie con el ciento por uno su generosidad.

¡Felices Pascuas de Resurrección! 
Dios les bendiga