sábado, 12 de mayo de 2012

HOMILÍA EN EL DÍA DE LA MADRE


Domingo VI de Pascua del 2012

Juan 15,9-17: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros."
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            Vivimos tiempos difíciles en los que los valores se han ido poco a poco tergiversando. El mundo de hoy moralmente hablando se halla como al revés. El bien es presentado como mal y el mal como bien. Lo que antes era un antivalor hoy se muestra como valor, como algo positivo. Frente a esto, resulta curioso que todos los medios hablen hoy hasta la saciedad de crisis económica mundial, de sus repercusiones, de las graves consecuencias que tiene para todos en el globo. Sin embargo, de esta crisis, que es la peor, una crisis de humanidad, crisis de civilización, la crisis del amor, crisis de valores, no se habla ni se hace nada para evitarla.
            Es tan grave la crisis que vivimos y ha atacado tantos valores que ni siquiera el carácter sagrado y lleno de ternura de la maternidad se ha visto libre de ello. Así para muchas mujeres ser o poder ser madre hoy se ha convertido en algo negativo, casi que en una desgracia. Un valor en sí mismo tan sublime y maravilloso, como este de dar vida cooperando con Dios en la obra de la creación perpetuando la existencia de la raza humana en los hijos, es visto por tantas como un castigo, como una carga, como un problema que les dificultad el disfrute de “sus vidas”, su “realización personal” como profesionales y, en el peor de los casos, un impedimento para la explotación de su libido sexual. Así, el término Madre, que culturalmente para nosotros ha sido siempre sinónimo de amor, se ha ido vaciando de su contenido, de su ternura, del gran significado trascendental que poseía. Se ha transformado simplemente en un término que enuncia la capacidad física de una mujer que, cumplido un acto sexual, ha quedado embarazada.
            Por eso quede claro que nuestro reconocimiento hoy no es entonces para las mujeres que simplemente han hecho uso de esta característica biológica que les ha hecho engendrar vida, vida que después han eliminado con una pastilla, procurando el aborto; vida que han abandonado en un basurero o vida que han despreciado, maldecido o incluso hasta vendido. Estas no merecen ser llamadas madres, pero ni siquiera se les puede llamar bestias, porque ni siquiera las bestias hacen algo así con sus crías (ejemplo: testimonio). Solo un monstruo sería capaz de tal barbaridad.
            Ser madre no es una función física que resida en una parte del cuerpo: el útero, los ovarios o el vientre. Ser madre no es un accidente de la naturaleza que les hizo mujer. Ser madre no es la consecuencia de un error, de una falta de planeación, de un desliz. Ser madre no es cargar por nueve meses con el peso de un ser humano en el vientre y en la conciencia.
            Ser madre es ser como Dios, ser madre es ser como Jesús: ser madre es dar vida y darse por esa vida. El mensaje del Evangelio nos cae - como solemos decir - como anillo al dedo, pues nos dice: “Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos”. Dios en Jesús, como una madre buena, nos ha mostrado el amor más grande dando su vida por nosotros. Una madre de verdad da su vida por sus hijos, sin hacer distinción entre ellos. Una madre de verdad es capaz de darlo todo por el hijo bueno y por el que no es tan bueno; por su hijo profesional como por su hijo drogadicto; por su hijo atleta lo mismo que por su hijo discapacitado; por su hijo católico como también por su hijo evangélico; por su hija maestra como por su hija prostituta.
            Es a estas mujeres a la vez valientes y tiernas, esforzadas y decididas, sacrificadas y generosas, a quienes dedicamos este día. Son estas las cualidades que han distinguido el amor de madre haciéndolo el signo más auténtico y real del amor de Dios. Por esto Juan Pablo II llegó a decir que “Dios es padre, pero más que padre es madre”. Porque como en una madre buena, su amor hacía nosotros sus hijos no conoce límite. Por eso dice la Escritura que: “aunque una madre pudiera olvidarse del hijo de sus entrañas, Dios no nos olvidará”(cf. Is 49, 14-15).
            Finalmente hago mi llamado a todos los hijos e hijas: querido, querida hija: no hagas sufrir más a tu madre, no la maltrates nunca más, no sigas abusando de su amor. Que ninguna lagrima de dolor se derrame por sus mejillas por causa tuya. No pagues con oprobio el bien que te ha hecho. (Muchos hoy piensan emborracharse llorando por sus madres muertas). Por el amor de ellas y de Dios ¡No lo hagas! Tu madre, desde el cielo, sigue orando y rogando a Dios por ti, por tu conversión, no le sumes más dolor. Y tu que la tienes viva: Valora a tu madre ahora que está viva, no puedes esperar a verla abrazada por el frio de la muerte para manifestarle todo el amor que le tienes. Ve y di a tu madre hoy cuanto la amas y cuan agradecido estás con ella, mañana puede ser demasiado tarde.
            Finalmente a todos les digo: “Honremos a nuestra madre”: el único mandamiento que nos ofrece una recompensa para esta vida es justamente el cuarto: “honra a tu padre y a tu madre y será larga y bendecida tu vida sobre la tierra”. Jesús lo dice hoy: “el que me ama guardará mis mandamientos”, es decir, el que me ama me obedece. ¿Quieren honrar a sus madres? ¡Obedézcanles! Es el mejor gesto de amor que pueden tener con ellas.
            A los hijos abandonados, sepan que aunque la mujer que los engendro los abandono, fue Dios quien los llamó a la vida y Él no los abandonará jamás, Él los sostiene, Él es su amigo, Él no les fallará.

Pbro. Belisario Ciro Montoya
Día de madres, Mayo de 2012