Una idea para la Homilía:
Cuentan que
un domingo la madre de Goyo entró en su habitación y le gritó: "Goyo, es
domingo. Es hora de levantarse. Es hora de ir a la iglesia".
Goyo, medio
dormido y de mal humor, le contestó: "No tengo ganas de ir. Hoy me quedo
en la cama".
"¿Qué
es eso de que no quieres ir? Vamos, date prisa", le volvió a gritar su
madre.
"No
quiero ir. No me gusta la gente que viene a la iglesia y, además, yo no les
caigo nada bien".
"No
digas tonterías, hijo. Déjame que te dé dos razones por las que tienes que ir.
La primera es que ya tienes 40 años y la segunda, no lo olvides, es que tú eres
el párroco".
Los
apóstoles, a pesar del mandato del Señor, "Id y predicad el
evangelio"…, tan pronto como se ven solos se esconden y encierran en el cenáculo. Son unos cobardes. Saben que
no les caen nada bien a sus compatriotas y saben que el mensaje de la
Resurrección, difícil de entender, va a ser rechazado por la gente.
Saben que
predicar el Dios de Jesucristo a los que lo han crucificado es altamente
peligroso.
Saben que
el nuevo espejo religioso en el que hay que mirarse distorsiona la imagen del
pasado y abre a nuevas vistas.
Y los
apóstoles de ayer como los de hoy ante el vértigo de la indiferencia y, a
veces, de la hostilidad e incomprensión optamos por ocultarnos tras las sábanas
de nuestros reductos.
Por eso
hubo un Pentecostés. Por eso siempre es Pentecostés. Sin la presencia del
Espíritu que entra en la habitación de nuestro corazón seguiríamos dormidos y
la iglesia encerrada en su cenáculo y en sus sacristías. La historia de la
Torre de Babel leída a la luz de Pentecostés es una historia de bendición y de
salvación. Aquellos hombres se sentían seguros y unidos dentro de sus muros.
La
confusión, creada por el Espíritu, les fuerza a salir y a dispersarse para ser
uno en la multiplicidad de las lenguas y uno en la diversidad de la geografía
humana.
No fue un
castigo de Dios sino la estrategia divina para que aquellos hombres alcanzaran
todo su potencial humano y religioso.
Pentecostés
es pasar de la seguridad del cenáculo, Torre de Babel, a la multiplicidad de lugares y de lenguas para
que en todo el mundo y en todas las lenguas de la tierra sea proclamado el
evangelio con la fuerza del Espíritu que sopla donde quiere.
El don del
Espíritu Santo es lo que posibilita a la iglesia dejar de ser algo local,
Jerusalén, para convertirse en algo global, universal.
Las razas y
diferencias ante el mensaje de la Resurrección se hacen irrelevantes. Y
Pentecostés es el signo y el sello que lo demuestran. Ahora nos queda el
Espíritu Santo que es el sustituto de Jesús en su ausencia. "Cuando se
rompe un frasco de perfume, su olor se difunde por todas partes, al romperse el
cuerpo de Cristo en la cruz, su Espíritu, que mientras vivía poseía en
exclusiva, se derramó en los corazones de todos". San Hipólito
"Sin
el Espíritu Santo,
Dios queda
lejos,
Cristo
permanece en el pasado, el evangelio es letra muerta,
la iglesia,
pura organización, la autoridad, tiranía,
la misión,
propaganda, el culto, mero recuerdo,
el obrar
cristiano, es moral de esclavos".
Sólo la
presencia y poder del Espíritu Santo puede vivificar, dinamizar, liberar y
divinizar todo el hacer eclesial y humano.